viernes, 5 de octubre de 2018

Volar


El 29 de septiembre de 2018, mi abuela se apagó como un pajarito. Igual que su abuela a su vez, como expuso en sus memorias.
Ella comenzó el relato de su vida con esta frase: “De pequeña, fui una niña feliz”. La sencillez de esta frase no menoscaba su grandísima belleza y su contenido, atemporal. Quiero creer que mi abuela siempre fue feliz.
Mi madre decía en su discurso que siempre fue una gran mujer en un pequeño cuerpo, una florecilla, como las del jardín que mi abuelo cuidaba primorosamente para ella, que se marchitaba lentamente. Esposa ejemplar, mi abuelo siempre se deshacía en alabanzas con aquella mujer sentada a su izquierda, aquel pilar fundamental que ha ayudado a sostener seis hijos maravillosos con diez nietos que la adoraban. Esta familia ejemplar se debe a mi abuelo y a ella. Ella. Mi abuelita.
A la mañana siguiente de su entierro, mi abuelo fue a darle los buenos días. Volvía feliz, diciendo que, por fin, después de trece años, mi abuela se había despertado sin dolor. En esas cuatro paredes, mi abuela era libre, se había librado de las cadenas de la enfermedad.
Es la persona más buena que he conocido. Bastante dependiente en sus últimos años de vida, siempre fue comedida y nunca quiso pedir ayuda. Se sentía culpable por tener que ser atendida. A nadie le importaba brindarle toda la ayuda que necesitase, cada minuto con ella era precioso. Lo sabíamos, pero la desazón de lo inacabado siempre nos aprisiona. Incluso las fotos familiares parecen volverse borrosas, traicionando el recuerdo.
Era muy inteligente. Leía vorazmente, siempre quería conocer más. Tenía una memoria realmente envidiable, incluso para recordar cada cumpleaños y cada santo de sus seres queridos, aun cuando nosotros los habíamos olvidado.
Era cariñosa, muchísimo. Recuerdo muchas veces en Pinos con ella, me contaba historias antes de dormir cuando, inconsolable, mis padres no estaban.
Ay abuelita. Cuando me dijiste hace una semana que qué buena y cariñosa era, ojalá te hubiese dicho que nunca podría ser como tú y decirte lo mucho que te quiero y lo muchísimo que te voy a echar de menos. Esa mirada brillante con la que nos mirabas despidiéndote, la misma con la que viviste las fiestas del pueblo y con la que viste la plaza del pueblo por última vez, nostálgica. Viviste tu último año sin miedo, pero con mucho amor hacia todos y todo lo que te rodeaba. No me puedo creer que ya no estés aquí.
Eras la mayor devota, y estoy segura de que, si hay un Cielo, tú estarías en él, radiante y tan bella como cada día. Me niego a imaginarte como un simple nicho, frío y triste. Por fin puedes descansar. Vuela libre, abuelita.

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